Ese día pensé que la forma como entraba la luz por la ventana te favorecía, pero eras tú quien la favorecía, le dabas forma. La gravedad de tu cuerpo la atrajo desde el sol.
Tu cuerpo como una catedral por la mañana, le marcaba un hermoso recorrido, bajaba por tus arcos, recorría tus patios y vibraba con el sonido de tus campanas, tu belleza es como la de ciertas catedrales, que al entrar la luz en la tarde por sus vitrales ilumina el alma. Subía por tus crestas y valles, acariciaba las flores de tu cuerpo que despertaban al alba, tus ojos como gotas de rocío reflejaban la profundidad del mar.
Tal vez ese día, ese instante, ese sentimiento, al viajar a la velocidad de la luz, se alargue infinitamente hasta la eternidad.
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