Esta mañana entré al cuarto de mi hermana por la mañana para saludarla e inevitablemente volteé a su librero, como siempre lo hago, para ver que nuevo libro podía robarle y me encontré con uno de ensayos que siempre está bailando por toda la casa y siempre reaparece en momentos específicos de mi vida, y lo tomo, y lo abro al azar, y leo alguno de sus ensayos. Se trata del libro de Hugo Hiriart Discutibles Fantasmas. Como siempre, lo tomé y lo abrí en el ensayo Nombres y literatura. Un enfoque (I) en donde se lee: "José Revueltas tenía un árbol con nombre. Se llamaba Sánchez. ¿Por qué suena extraño? imaginemos que Revueltas pregunta: <¿Cómo pasó Sánchez la tarde?>. No, la pregunta es lunática porque un árbol no tiene mudanzas en lapsos cortos de tiempo. Si digo, Sánchez se está secando y tiene plaga, estoy hablando de procesos muy dilatados. Aquí vemos una nota de la falta de utilidad de ese nombre."
De inmediato me alarmé, recordé todas las personas que viven eternamente en procesos largos y desconocidos por los demás, a pesar de poder ser imprevisibles en lapsos cortos de tiempo también, como mi bisabuela, que esperó estoicamente toda su vida a que el destino la fuera metiendo y sacando de diferentes procesos vida, hasta la muerte. Recordé también todas aquellas obras humanas que se pueden incluir en esa categoría, como algunas piezas artísticas o ideas teóricas o filosóficas (como la complejidad) e incluso profesiones como la de maestro de primaria o físico o poeta. Recordé también procesos naturales y sociales, como la creación estalagmitas o de cañones, o el fantasmagórico proceso de desalojamiento de un pueblo por la migración de sus habitantes.
Tal vez el verdadero nombre de todas estas cosas tarda también miles de años en ser pronunciado, (por que en realidad la palabra suscita, crea la cosa, y todas las cosas, por lo tanto, tiene un nombre subyacente y muchas veces velado para le especie humana, que contiene su esencia) tal vez desde que todas estas cosas fueron creadas se sigue pronunciando su nombre, tal vez la relación musical entre las esferas celestes, de la que los pitagóricos hablan, no es más que el continuo pronunciamiento del nombre de sus interminables movimientos, tal vez comenzamos a pronunciar otro nombre más cuando nos enamoramos para toda la vida (como lo hicieron mis abuelos), cuando queremos intervenir el futuro con acciones en el presente, tal vez el solo pensamiento en potencia comienza a pronunciar intrincados y hermosos nombres que existen en el lugar de donde todos venimos, hacia donde vamos, que nos hermana, que nos contiene, que nos creo…
Tal vez, y después de todo, si valga la pena introducir nuestra alma y nuestro intelecto en ese tipo de procesos largos, suntuosos, inútiles, improductivos, que tanto estigmatiza nuestra sociedad contemporánea. Tal vez, pensando que no hay nada nuevo bajo el sol, esta sea la única manera de crear algo nuevo que melodiosamente se conecte con nosotros mismos, con nuestro “yo”, con nuestro “tú”, con la sociedad, con la naturaleza. Puede que con ayuda de esos preciosos y azarosos errores de la naturaleza y con uno de esos nombres interminables pronunciados por el simple hecho de comprometernos con algo más allá del tiempo o por la afanosa espera entre un eclipse lunar y otro, podamos crear una sinfonía cósmica que se convierta en un virus que destruya a la humanidad, o un nuevo sonido, o un nuevo sentimiento, o un nuevo sentido perceptivo; aunque no tuviéramos la capacidad de darnos cuenta de ello.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario