Las palabras juegan siempre el eterno juego de los malentendidos, corren, saltan, vomitan malentendidos. Te toman por las orejas y no te dicen nada, malentienden el sabor de los verdes, malentienden las caricias de los frulatos. Bajan de Topus Uranus y se ponen a jugar contigo, tras triples saltos mortales aterrizan en tu boca, se dibujan en espaldas sudorosas y trémulas.
Al instante, empiezan a organizar el mundo, a ponerlo de pie, a meterse en las cabezas sangrantes de infantes lacerados por imposiciones conceptuales. Pesada mochila de palabras regresan de la escuela, algebragazas, lógica matemátictactica, algorrítmica, gramatriarca aprisionadora, cuadriculatización imperfecta de la realidad, poética inabarcable.
Y así, sin más, sinicamente, nos utilizan como vehículo de evolución constante, se visten de sonidos, signo, símbolos. Los poetas creen retenerlas como atrapasueños dialécticos, los filólogos, como insectos disecables. Pero son ellas quién nos contienen, nos poseen.
Algún día desaparecerán y solo ese día, aprenderemos a comunicarnos.
sábado, 6 de septiembre de 2008
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